HE aquí otro gimnástico asalto a la Historia de Vuillard. En este se remonta hasta la Bohemia del siglo XVI, a la guerra de los campesinos instigada por el predicador Thomas Müntzer. Aquella sublevación de los desheredados contra los poderosos (los terratenientes y la Iglesia) tenía todas las de perder, como casi todas las rebeliones nacidas contra la opresión, la indigencia y el ultraje. Y, como todas. acabó mal: cuatro mil muertos y Müntzer decapitado.
El episodio remoto que rescata Vuillard remite a conflictos más próximos que reflejan y replican el movimiento popular de descontento ante la desigualdad perpetuada secularmente: desde el 15M hasta los chalecos amarillos en Francia. Él sabe que la Historia la fabrican los vencedores y se resiste a aceptar el relato transmitido con su interesado reparto de infamias: «No me creo nada», proclama. No por ello pretende reformatear la Historia.Su negociado es otro:la narración literariade vidas en las que centellean las glorias y miserias de la condición humana arrancadas del río turbio del pasado. Con aparente jactancia, Vuillard afirma que las historias verídicas, las que más gustan a la gente, «nadie sabe contarlas». Cabe suponer que él aspira a corregir esa inhabilidad y, sin discutirle la razón, lo cierto es que ha sido capaz de desarrollar una sintaxis narrativa de corte cinematográfico hecha de fuertes elipsis, síntesis fulgurantes, primeros planos y acelerados capítulos rotundamente efectiva. He aquí una nueva prueba: en un puñado de páginas condensa la desoladora impotencia de los pobres para cambiar la estructura del mundo, pero también su inmortal anhelo de lograrlo. Vuillard se propone como cronista épico de una improbable victoria: «Yo la contaré».